“Una vez en la ciudad real de David”

Una vez en la ciudad real de David, había un humilde cobertizo para el ganado,
Donde una madre acostó a su bebé, en un pesebre junto a su cama:
María fue aquella Madre dulce, Jesucristo su pequeño Niño
.

Esas palabras abren el tradicional servicio del Festival de Nueve Lecciones y Villancicos que se celebra cada Nochebuena en el King’s College de Cambridge, Inglaterra. Las voces de los niños coristas se unen al coro de hombres y el sonido combinado resuena dentro de la famosa Capilla del King’s College, uno de los edificios más famosos en la historia de la iglesia cristiana.

Los sonidos de los coristas y el coro mientras cantan dentro de esas altísimas bóvedas son asombrosamente hermosos, pero las palabras de ese villancico inicial son aún más hermosas. Toda la historia se divide en lo que vino antes y después del nacimiento de ese pequeño niño en la ciudad real de David, Belén.

La letra de ese villancico se remonta a un poema escrito por Cecil Frances Alexander en 1845. Un año después, a su poema se le puso la música que conocemos hoy. Alexander escribió el poema como una pieza dentro de su ciclo sobre el Credo de los Apóstoles escrito para niños pequeños y, como tantos textos escritos para niños, el villancico es apreciado por cristianos de todas las edades.

El texto del Credo simplemente nos recuerda que Jesucristo fue “concebido por obra del Espíritu Santo, nacido de la Virgen María”. Esas palabras pueden decirse en menos de cinco segundos, pero resuenan a través de los siglos, encapsulando verdades esenciales para la fe cristiana y, por tanto, para el evangelio mismo.

La simplicidad de la historia del nacimiento de Cristo, que se encuentra tanto en Mateo como en Lucas, ha invitado a la elaboración y la imaginación. Sin embargo, el poder de la historia está en su absoluta sencillez y humildad. El Espíritu Santo concibió al niño Jesús en el vientre de María y una niña campesina se convirtió en madre de nuestro Salvador. La humildad de Su nacimiento se observa y celebra en el retrato del “humilde establo” y el “pesebre para su cama”. Como nos recuerda Juan, así como Jesús nació para salvarnos de nuestros pecados, “el mundo fue hecho por él, pero el mundo no le conoció” (Juan 1:10).

Para gloria de Cristo, que nunca dejemos de mirar con asombro ese humilde establo en la ciudad real de David.

Las humildes circunstancias del nacimiento de Cristo, hasta el establo del ganado y el pesebre, se contrastan con el lugar del nacimiento de Jesús: la ciudad real de David. Los reyes no se avergüenzan de su poder y la grandeza de sus reinados. La Capilla del King’s College fue construida por varios reyes ingleses en el período 1446-1515, y gran parte del trabajo se remonta al patrocinio del rey Enrique VII y su hijo, el rey Enrique VIII. No hace falta decir que los monarcas Tudor vieron tales logros como testimonio de su propia grandeza y del legado duradero de sus reinados reales. Les encantaba mostrar su gloria. Entre los reyes, ninguno puede igualar al gran monarca de Israel, el rey David. Belén es la ciudad de David y un símbolo del linaje real de David. Dios prometió a Israel un Mesías venidero que restauraría el trono de David y reinaría en gloria.

La Navidad nos recuerda el retrato incongruente de aquella noche en Belén, la ciudad de David, cuando nació aquel Mesías, absolutamente sin gloria terrenal. Pero nunca olvides que hubo una gloria sobrenatural en torno al nacimiento de Cristo. No había corte real, ni trono, ni heraldos de la corte. Pero había una magnífica hueste celestial de ángeles que declaraba: “Porque os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador que es Cristo el Señor” (Lucas 2:11). No había un dormitorio real, pero había “un pesebre para su lecho”.

Ese mismo preciado villancico continúa:

Bajó del cielo a la tierra, el cual es Dios y Señor de todos,
Y su refugio fue un establo, y su cuna un pesebre:
Con los pobres, los mezquinos y los humildes, vivió en la tierra nuestro santo Salvador
.

Ésta es la gloria de la Navidad y nunca debemos perdérnosla. En perfecta obediencia al Padre, el mismo Hijo de Dios vino y asumió la verdadera humanidad. Como nos dice Juan: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). Las palabras cruciales de esa segunda estrofa del villancico afirman la gloriosa verdad de la Navidad de que “Con los pobres, los mezquinos y los humildes, vivió en la tierra nuestro santo Salvador”.

Este es el poder salvador y la gloria eterna del mensaje de Navidad: que en el pesebre durmió nuestro Salvador, que es Cristo el Señor. Él vino a salvar a los pecadores y volverá a reinar en gloria. Esta es la gloriosa verdad del evangelio de Jesucristo. Ésta es la gloria de nuestro gozo y adoración en Navidad. Para gloria de Cristo, que nunca dejemos de mirar con asombro ese humilde establo en la ciudad real de David. Con confianza en el evangelio celebramos. En el amor de Cristo, saludamos este día con alegría ilimitada. Feliz navidad.