Un diagnóstico sobrio

La neuróloga Suzanne O’Sullivan aporta décadas de experiencia trabajando con pacientes difíciles de diagnosticar a su libro iconoclástico La edad del diagnóstico (Tesis, 320 pp.). Su mensaje: nuestra fascinación por las etiquetas médicas podría estar lastimando más de lo que está ayudando.

O’Sullivan utiliza entrevistas y estudios médicos para examinar las prácticas clínicas para una serie de afecciones y enfermedades, incluidos Huntington, Lyme, Cáncer, Autismo y TDAH. Ella pregunta si obtener una etiqueta médica realmente ayuda a las personas que sufren, y la evidencia, argumenta, sugiere que a menudo no lo hace.

La enfermedad de Huntington nos proporciona un estudio de caso interesante. Las pruebas genéticas pueden decir con certeza si alguien desarrollará la enfermedad, pero como no hay tratamiento, muchas personas en riesgo optan por no participar. Para muchos, la ignorancia del sufrimiento futuro aumenta la calidad de vida en el presente.

O’Sullivan toma este principio y lo aplica a otras condiciones, de las cuales han visto aumentos exponenciales de diagnósticos en las últimas décadas. La industria médica cree que la detección anterior y las etiquetas expansivas que incluyen casos más leves conducirán a mejores resultados, pero O’Sullivan adopta una postura contraria, argumentando que el sobrediagnóstico no ha mejorado las medidas de salud a largo plazo.

El proceso de diagnóstico es mucho más subjetivo de lo que la mayoría de los lectores esperarán, pero es importante distinguir entre “diagnóstico erróneo” y “sobrediagnóstico”. El diagnóstico erróneo es un diagnóstico incorrecto, mientras que el sobrediagnóstico es uno que no ayuda y, de hecho, podría dañar al paciente.

Una de las razones para evitar ciertas etiquetas médicas es el efecto nocebo, lo opuesto al placebo. A veces, cuando los pacientes reciben un diagnóstico, comienzan a exhibir síntomas típicos de la afección con la que han sido etiquetados, a pesar de que no los estaban experimentando antes. Esta conexión psicosomática entre la identidad etiquetada y la forma en que las personas perciben y experimentan la salud deben hacernos una pausa.

Si bien algunas condiciones tienen patologías subyacentes comprobables, las condiciones que han visto los mayores aumentos en los diagnósticos no. Por ejemplo, “el diagnóstico (para el autismo) depende completamente de un acuerdo social sobre cómo debería ser el comportamiento normal”, escribe O’Sullivan. Teme que la industria de la salud haya comenzado a medicar las variaciones normales de la experiencia humana, dando a los pacientes etiquetas tiránicas que explican los problemas al tiempo que los roban alivio una vez que la etiqueta se convierte en parte de su identidad.