Libertad y esperanza, comprada con sangre

Como veterano de combate, veo el Día de los Caídos de manera diferente a la mayoría. Veo caras. Escucho las últimas llamadas de radio. Recuerdo la sangre derramada en suelo extranjero, y los hermanos y hermanas que nunca llegaron a casa.

Este día es personal. Es crudo a veces. Duele algunos años.

El Día de los Caídos es un día sagrado de recuerdo, un día para honrar a los guerreros que dieron todo por nuestra libertad.

Recordamos amigos y guerreros feroces que se pararon a nuestro lado, riendo, peleas, sudando. Recordamos a aquellos que no salieron de la batalla, sus ataúdes cubiertos en el rojo, el blanco y el azul.

No solo recuerdo su sacrificio; Lo llevo todos los días. Sus vidas y sus legados son combustible que me impulsa a seguir presionando.

Más de un millón de estadounidenses juraron un juramento y luego dieron sus vidas para esta nación. Y hoy, el costo continúa: heridas invisibles, familias rotas y una epidemia de suicidio que reclama 22 veteranos al día.

Desde 1980, menos del 10% de las muertes militares provienen de una acción hostil.

Este hecho inquietante muestra que la guerra no termina cuando las armas caen en silencio. Nos sigue a casa.

Es por eso que debemos honrar a los caídos, no solo con desfiles y discursos, sino con cómo vivimos. Con coraje. Con lealtad. Con fe. Con intención. Con propósito.

Cada día de los Caídos, elijo honrar a mis hermanos y hermanas caídos a través de una tradición llamada “The Murph Challenge”. Este brutal entrenamiento lleva el nombre del teniente de Navy SEAL Michael Murphy, quien dio su vida en Afganistán. Carrera de una milla. 100 pull-ups. 200 flexiones. 300 sentadillas. Otra milla. Todo con un chaleco ponderado.

Es agotador. Es doloroso. Pero no es nada comparado con lo que soportaron.

Cada pull-up, cada paso, me recuerda (y aquellos que participan en “The Murph”) que la libertad tiene un costo.

En la oscuridad de la guerra, fue su luz la que me mostró el camino a casa.

Pero el Día de los Caídos me recuerda algo aún mayor. Porque mucho antes de nuestras batallas en la tierra, hubo una batalla luchada por nuestras almas. Se dio una vida, libremente, completamente, para ganar una victoria que ningún ejército podría lograr.

Jesucristo, el Hijo de Dios, dejó su vida para todos nosotros. Como dice la Biblia en Juan 15:13: “El mayor amor no tiene a nadie que esto, para colocar la vida de uno para los amigos”.

Una gota de sangre en la cruz cambió el destino del mundo. La sangre de los guerreros defiende a una nación. La sangre de Cristo redime al mundo.

La guerra nos muestra coraje. Pero solo la gracia de Dios trae verdadera paz.

En Juan 8:12, Jesús dice: “Soy la luz del mundo”.

En la oscuridad de la guerra, fue su luz la que me mostró el camino a casa. Es su sacrificio el que nos recuerda que la verdadera victoria no viene a través de la fuerza de las armas: viene a través del amor, el sacrificio y la redención.

Este Día de los Caídos, cuando recordamos a nuestros héroes caídos, recordemos también al Salvador que dio su vida para que toda la humanidad nos enseñara el verdadero significado del sacrificio.

Que podamos vivir vidas dignas de ambos sacrificios: avanzando la libertad que ganaron y la esperanza que aseguró.

La libertad nunca fue gratuita.

Tampoco Grace.

Ambos fueron comprados con sangre.

Debemos caminar dignos de esos sacrificios.