En cualquier medida, Viktor Frankl fue un ser humano extraordinario. Neurólogo y psicólogo de formación, también sobrevivió al Holocausto en cuatro campos de concentración, incluido Auschwitz. Perdió a su madre y a su hermano en las cámaras de gas y a su primera esposa a causa del tifus que contrajo en Bergen-Belsen. Después de la guerra, alcanzó prominencia como filósofo y psicoterapeuta, y fundó la escuela de logoterapia, un método para ayudar a las personas a encontrar el sentido de la vida. Dada la cantidad de tragedias personales que experimentó a manos de los nazis, su resiliencia y su negativa a caer en la autocompasión lo distinguen como un ejemplo impresionante para una época como la nuestra, en la que palabras como “trauma” han sido devaluadas hasta el punto de no ser útiles.
Frankl tiene razón al considerar que los seres humanos son personas que buscan un sentido. Sin embargo, su respuesta a la pregunta de dónde se encuentra el sentido es menos satisfactoria: en la esfera inmanente. No está del todo equivocado. Propone tres vías para dar sentido a la vida: el trabajo, el amor y la experiencia de algo como la naturaleza, el arte o la cultura. También considera que el recuerdo de estas cosas da forma a la vida y le da un propósito último, incluso cuando esta se acerca a su fin. Se trata, en efecto, de aspectos importantes y enriquecedores del ser humano. Somos criaturas hechas para trabajar, como puede atestiguar cualquiera que se vea privado de trabajo por la fuerza. Somos criaturas creadas para vivir en relaciones, y las relaciones amorosas son sin duda las más gratificantes. Y esos aspectos excesivos de la existencia humana (la belleza, por ejemplo) enriquecen nuestras vidas de muchas maneras.
El problema es que cada una de estas cosas, separadas de cualquier orden sagrado objetivo, parece obtener su valor de una forma de utilitarismo. El trabajo, el amor y el arte son buenos porque dan un sentido a nuestras vidas. Pero la gran pregunta es ésta: ¿ese sentido es simplemente una respuesta subjetiva? ¿Son sólo formas de terapia que nos hacen sentir mejor, o tienen un significado objetivo que se correlaciona con la forma intrínseca de la naturaleza humana? ¿Y si encuentro sentido en actos de destrucción o maldad? Frankl habla en varios puntos de “decencia” y “dignidad”, y estos son sin duda aspectos importantes de lo que significa ser humano. Pero ¿puede Frankl justificar estos términos o darles un contenido objetivo que se base en algo más allá de sus propios gustos intuitivos?
En este punto, el cristiano probablemente encontrará en Frankl una ayuda y una deficiencia a la vez. Sin duda, es útil en la forma en que identifica quizás la característica más importante de nuestro malestar moderno: la experiencia generalizada de falta de sentido. También es útil en ver a los seres humanos como personas que anhelan sentido y, por lo tanto, se encuentran alternativamente deprimidos, frustrados y enojados con el “vacío existencial” moderno.
Sin embargo, le falta centrarse en la cuestión de significado en vez de verdadLos seres humanos buscan el sentido de la vida, pero lo hacen porque son criaturas que tienen un fin y una estructura existencial determinados y habitan un universo en el que también son ciertas estas cosas. No estamos hechos para buscar simplemente cualquier sentido que dé forma a nuestras vidas, sino la verdad que dé una forma muy específica a nuestras vidas. Para hacer eco del Catecismo Menor de Westminster, debemos glorificar a Dios aquí en la tierra con el fin de disfrutar de Él para siempre. Sin las categorías de creación, caída y redención, Frankl no puede en última instancia dar sentido ni ofrecer una solución sustancial a los problemas que identifica tan perceptivamente.
Sin embargo, esta crítica importante no debería disuadir a la gente de leer a Frankl. Si bien su análisis de la condición humana es deficiente, es no obstante bastante notable y sirve como recordatorio de que los problemas que enfrentamos hoy existen desde hace muchas décadas. Y, como todos los buenos pensadores, hace pensar a sus lectores y los desafía a dar mejores respuestas a las preguntas que, según él, plantea nuestro mundo.